lunes, 2 de diciembre de 2013

La burla del bosque


Una soleada mañana de finales del otoño, recorriendo pequeños castañares, robledales y algunos pinares entre Tentudía, Calera de León y Cabeza la Vaca. Tonos cobrizos en los castaños, tostados en los robledales, el verde perenne en los pinares. La intrincada orografía permite ora sumergirse en el bosque, ora otear el mosaico de ocres, pardos y verdes desde lo alto de las serrotas.

Estas sierras del suroeste ciertamente son un bálsamo para los sentidos y el espíritu. Elegimos un pinarcillo que prometía algún que otro níscalo, pues era nuestro objetivo encontrar alguna seta que, una vez serenado el espíritu y plena la vista de belleza, alegrase también nuestros paladares.

Llega pues el momento de caminar despacio, la vista fija en el suelo escudriñando cada rincón, cada montoncito de agujas de pino. Una forma algo ovalada, clara, atrae mi mirada… Me trae recuerdos de algunas lecciones de mi padre caminando por otros pinares: los del Alto Tajo en Guadalajara. Era yo pequeño y encontramos algunas piedras de forma similar a unos moluscos. Me dijo mi padre que eran fósiles, que hace millones de años el mar cubría aquellos parajes y me explicó el proceso de formación de esas piedrecitas que luego supe que se llamaban rinconellas unas, otras ammonites Pero la forma ovalada, clara, que ha llamado mi atención en los bellos pinares de Tentudía no era una rinconella, era una almeja y el mar no había cubierto estos parajes hace millones de años. El hallazgo tenía un origen más cercano en la historia. Probablemente el mismo que las latas que encontramos por doquier.

Seguíamos buscando setas con escaso resultado: alguna Armillaria, algún Cortinarius, todas especies no comestibles.

Trataba de imaginar la comilona campestre con paella que tuvo lugar en el pinar quizá en la primavera pasada: imagino la música, las cervezas, las chanzas y la retirada de los comensales dejando buen recuerdo de su paso por el monte, como los mares de hace milenios dejaron testimonio sobre los pinares del Alto Tajo.

Pasamos a una zona donde el robledal se mezclaba con el pinar y comenzamos a encontrar setas, bastantes setas. Más no eran níscalos ni boletus. Eran Phalus impudicus. Muchos Phalus: jóvenes, viejos, secos, flácidos, turgentes. Nunca había visto tantos. Y me pregunto si el bosque estaría gastándonos una broma, si sería su respuesta obscena por tanta almeja, por tanta lata. ¿Será que los bosques también tienen su particular sentido del humor?
 


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