martes, 10 de septiembre de 2013

Apuntes de unas breves vacaciones pirenáicas (III): La travesía de San Mauricio y Aigüestortes y la fuerza del destino.


Cada vez más espaciados y de menor tamaño, algunos pinos negros y un tapiz de matas de rododendro alternadas con arándanos nos indican que hemos ganado cierta altitud. La espesura del bosque mixto de abedules, hayas, abetos y pinos negros propio de la media montaña iba quedando atrás.

Una vez más, el tronco seco: la misma plateada senectud que fotografié hace unos quince años; lo volví a fotografiar hace cuatro y hoy vuelvo a encuadrar y a apretar el disparador: ya es un viejo conocido. Cada invierno deja su huella: el viejo centinela se hace astillas mientras el rosa vivo de las Digitalis purpureas que lo escoltan entona una canción de juventud.

Faltan unos centenares de metros para llegar a la curva desde la que se abrirá
espectacular un balcón sobre el Estany de San Mauricio, desde cuyas orillas venimos ascendiendo. Comenzará entonces la parte más dura del camino hacia el Portarró de Espot: las últimas y pronunciadas pendientes. Camino pedregoso que transcurre entre prados alpinos y rocas graníticas. En estas altitudes ya no quedan árboles que nos brinden su sombra.


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El jeep del Regimiento de Zapadores Fortaleza Nº 1, con sede en Olot, ascendía por la irregular pista de tierra que partía de Espot hacia el Estany de San Mauricio. Un soldado conductor, un capitán y un teniente de la escala de especialistas de obras viajaban en el todoterreno.

En 1952 o 1953 –el narrador no sabe precisarlo con exactitud- el Nº 1 de Zapadores tenía encomendado el mantenimiento de la línea defensiva de los Pirineos Orientales: nidos de ametralladora, observatorios, nichos de voladura que habrían de ser utilizados en una hipotética invasión. Así estaban las cosas por aquellos años.

Sin embargo, la misión de los tres militares que avanzaban por el valle del río Escrita era bien distinta: debían inspeccionar el estado de la pista que comunicaba Espot con el Valle de Boí cruzando la cuerda montañosa por el collado del Portarró de Espot. La carretera de tierra y piedra había sido construida por las compañías que explotaban el potencial

hidroeléctrico de la zona e iba a ser utilizada por su Excelencia el Jefe del Estado, el Generalísimo Franco, para conocer el bello enclave natural e inaugurar varios de aquellos ingenios hidroeléctricos. La egregia visita se produjo en 1955 y probablemente propició la creación del Parque Nacional de San Mauricio y Aigüestortes. La declaración de parque nacional tuvo lugar un mes después de la visita del dictador.

Dos curvas y contracurvas en fuerte pendiente. El bosque se aclara y aparece el Estany de San Mauricio rodeado de cumbres graníticas, custodiado por Los Encantats, los dos gigantes pétreos. El teniente contiene la respiración y queda absorto ante la fuerza, ante la majestad de una naturaleza que pretende mostrarse inaccesible. 


El jeep prosigue su camino ascendiendo por la derecha del lago para luego bordearlo por el Oeste y enfilar la vaguada que conduce al Portarró. Se suceden las paradas para tomar medidas y hacer fotografías. El teniente tenía encomendada la misión de fotografiar la pista y se afana con la cámara Foca de fabricación francesa, un modelo de altas prestaciones con óptica intercambiable. Mientras, su vista sigue descubriendo, devorando. A lo lejos, a la derecha según el sentido de la marcha, se alzan las agujas de Amitges, aisladas, afiladas, con su piedra anaranjada contrastando con el resto de gigantes grisáceos: Bassiero, Ratera, Saboredo…

Tras superar a duras penas unos pronunciados repechos, el jeep alcanza el Portarró. Una nueva sinfonía de baluartes graníticos, Subenuix, La Muntayeta, Colomers, suena como canto de sirena en los ojos del joven teniente, que ya mantenía algunos amoríos con las tímidas montañas de Olot y La Garrotxa. El descaro de aquellas cumbres le era desconocido.

La travesía continúa. Comienza la bajada por el Valle del Río San Nicolau. A la derecha y a

cierta distancia, recogido en su taza de piedra, queda el Estany Redó. El jeep, ahora con el motor más desahogado, emplea a fondo los frenos. Según se desciende, los prados alpinos se van poblando de pinos negros y tras algunas curvas el bosque envuelve de nuevo el camino. Llegan al Estany Llong, la pista lo bordea por la derecha y discurre paralela al río San Nicolau. El río brota ávido de libertad del extremo del lago y se descuelga protestón entre canchos y pendientes, lanzando espumarajos y modelando la piedra. Así lo ha hecho durante siglos. Y la pista prosigue y los frenos del jeep y el río protestan, unos quejosos y el otro rugiente. Alcanzan el Planell de Aigüestortes.
La estridencia de las cumbres, los redobles del río se tornan lírica melodía: una meseta. El San Nicolau se remansa formando cien islas, meandros que transcurren entre bosquecillos y prados salpicados de pequeñas orquídeas rosadas, ranúnculos y jacintos amarillos, campanulas moradas. Locus amoenus. Adagio de Pastoral.

Dejando atrás la idílica llanada el camino continúa su descenso. Cascada de Sancti Spiritu, el Estany Llebreta con sus orillas cubiertas de vegetación lacustre y, al final, la carretera que cruza el Valle de Boí. Los militares toman dirección Pont de Suert y regresan a Olot. 

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Un último esfuerzo y alcanzamos los dos mil cuatrocientos metros del amplio collado del
Portarró. Las fotos de rigor, una barrita energética y unos tragos de bebida isotónica.
Repasamos las cumbres que nos circundan: a lo lejos, a la izquierda Los Encatats, Monestero, Subenix… E iniciamos el descenso hacia el Valle del San Nicolau. El camino comienza con una fuerte pendiente desde la que se divisa a la derecha el Estany Redó y, al final de la bajada, el Llong. A la izquierda, unos contrafuertes de piedra ya musgosa nos muestran los restos de una pista abandonada.

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El teniente esperaba el aviso del laboratorio del Regimiento. Necesitaba las fotografías para completar el informe de la pista inspeccionada.

Malas noticias. No saben si los carretes estaban defectuosos, si se han manipulado mal: no hay fotos. La conversación con el capitán es escueta: las fotografías son necesarias, no hay jeep ni conductor disponibles. Tren a Pobla de Segur, donde le recogerá un camión del destacamento de Llavorsí y le dejará en el cruce de la carretera de Espot. Desde allí, el teniente dispondrá de sus pies, la cámara y dos días para solucionar el problema. Otro transporte militar le recogerá en La Farga, en la carretera del Valle de Boí.

Nueve kilómetros separan el cruce del pueblo de Espot, desde allí otros ocho kilómetros hasta el Estany San Mauricio y seis hasta el Portarró. Allí acaba el tramo ascendente que acumula mil cien metros de desnivel. Otros quince, tal vez algo más, de bajada le llevarán hasta La Farga, la residencia que la ENHER, compañía responsable de las obras hidroeléctricas, regaló poco después al general Franco.

El camión frenó poco después del puente del Río Escrita, cerca de su desembocadura en el Noguera Pallaresa. El teniente bajó del camión, miró la carretera que mostraba una acusada pendiente, se colocó la mochila e inició el camino. Nueve kilómetros de rampas, curvas y contracurvas y al final de una recta jalonada por algunos abedules se asoman las pocas casas de Espot. Arquitectura sobria de montaña: pizarra y madera. Un puente medieval que queda a la derecha del camino señala el final de la aldea.


Hayas, avellanos, abedules, servales, pinos negros y abetos regalan su sombra al caminante que ya conoce el trayecto. Las curvas, el lago al pie de los altivos Encantats. La atención en la cámara, en las fotografías de la pista, las emociones escalan las cumbres que circundan el camino.

Cae la tarde llegando al Portarró, los mismos arpegios de granito, la misma sinfonía de hace unos días. Pero andando y solo en la inmensidad de la montaña pirenaica las sensaciones son distintas. Son mejores, infinitamente intensas. Los operarios de la ENHER le permiten pernoctar en el refugio cercano al Estany Llong. La noche se cierne sobre el bosque, las cumbres se perfilan en lontananza y un tapiz de estrellas, de muchas estrellas, muchas más que las que se ven en otras altitudes, cubre el silencio surcado por el rumor del San Nicolau.

Amanece y la marcha prosigue, el bosque, los prados y meandros del Planell, la cascada, el Estany Llebreta y por fin la carretera y La Farga. El teniente está cansado. Cansado y decidido. Decidido a dedicar su vida a la montaña.

Después del Regimiento de Olot, llegó el destino en Madrid. Allí, primero, los Grupos Universitarios de Montaña del SEU; después, los cargos en la Federación Española de Montañismo, marchas, escaladas, campamentos, la Sociedad Deportiva Excursionista, el Grupo de Alta Montaña, colaboraciones en expediciones, diseño de mapas de montaña… Toda una vida entorno a las cumbres, sin grandes retos, solo disfrutando, cada uno entiende la montaña a su manera. En los Grupos Universitarios de Montaña conoció a una montañera. Montañera desde pequeña: su padre ya andaba en las primeras décadas del XX entre los pioneros de la Sierra del Guadarrama.


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Hacemos un descanso en las orillas del Estany Llong y continuamos el descenso hacia el Planell. El camino ya es más cómodo, transcurre por una pista que utilizan los vehículos todoterreno del Parque Nacional. La misma pista que está abandonada en las inmediaciones del Portarró se ha conservado y mantenido para el servicio del Parque:
desde la carretera hasta el Estany Llong en la vertiente del San Nicolau y desde Espot hasta algo más arriba del Estany de San Mauricio en la vertiente del Río Escrita. La pista fue construida a principios de los años cincuenta.

Llegamos al final de nuestra ruta: la parada de taxis todoterreno que nos ahorrarán los últimos kilómetros de bajada hasta Boí. La memoria impregnada de cumbres, de bosques, de torrentes.

Mientras esperamos que llegue un Land Rover, pienso en las casualidades: si aquellos carretes no se hubiesen velado, si aquellas fotos hubiesen salido bien en el primer intento quizá nadie hubiese escrito estas líneas.

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El teniente y aquella montañera unieron sus vidas, las unieron también con la montaña y tuvieron un hijo que, en el verano de 2013, empezó a escribir un blog.

4 comentarios:

  1. Gran historia, gran relato, grandes PERSONAS ... a las que tengo la suerte de disfrutar y de las que aprender.

    Ninguna de tus grandes fotos de estas montañas creo que las describiría mejor.

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  2. Gracias, Abel: no hay nada más grande que poder compartirlo con quienes lo entendéis.
    Compartir vivencias, saber que el año pasado estuvisteis en esos mismos parajes le da un valor especial a tu lectura.

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  3. Impresionante. No conocíamos tu unión con nuestros parajes. Saludos desde el camping Voraparc.

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  4. Maravilloso relato.
    Muchas gracias por compartirlo.

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